Ayer, echando cuentas, caí en que lleváis 80 días de juego. No todos habéis sobrevivido los 80 días, claro. Por el camino han caído tres personajes: los huesos de Pitt, Brog y Jank abonan algún rincón de Bayes. Eran personajes más o menos interesantes... bueno, para ser justos, Brog no era interesante en absoluto, pero eso es culpa de su poseedor o de no haber tenido tiempo para desarrollarlo, quién sabe.
El caso es que durante estos tres meses y 23 partidas habéis pasado de ser unos pringaos a ser unos pringaos de renombre. Y si escribo esto no es para nada más que felicitaros; a los que habéis sobrevivido por el mero hecho de haberlo conseguido. Y a los que han perdido a alguien pero siguen al pie del cañón, porque ha sido genial contar con vosotros y saber que sigo contando.
Gracias gentuza y mucha suerte para la siguientes partidas.
jueves, 22 de abril de 2010
miércoles, 14 de abril de 2010
El gran héroe
El cuerpo inerte de Samlara estaba siendo arrastrado hacia las profundidas de la oscuridad por una criatura monstruosa.
- "Si es cierto que algún tipo de Dios ha creado esa abominación, debía estar borracho cuando lo hizo" - pensó Wurden.
Unas fauces repulsivas asomaban de su ¿cabeza? y el resto del cuerpo tubular no ayudaba a mantener la última ración de gulp en el estómago.
La reacción no se hizo esperar:
- ¡A por él! - gritó el monje.
Otros gritos de guerra se le unieron y saltaron todos a por el animal. El primer puñetazo le hizo soltar a su querida clériga. Una fugaz victoria.
Uno, dos, tres flechazos, patadas, y mandobles confluyeron en el cuerpo del animal, que resistía tenázmente gracias a una fuerte coraza natural que le potregía sus pútridas entrañas.
Y entonces contraatacó, y uno a uno, fueron cayendo.
Primero Mornan, que se había incorporado al combate sin tiempo de colocarse su armadura, y que se desplomó inconsciente. Luego Wurden, que recibió un bocado de las impías mandíbulas del animal, y que quedó prácticamente incapacitado en el suelo. Y por último Gery, que, fuerte como siempre, resistió hasta que la alimaña aquella centro toda su atención en ella, dejándola desangrándose entre los cascotes.
Pero allí estaba él, Yank, armado con su arco, probado casi inútil contra las protecciones del ente que combatían denodadamente.
Wurden cruzó su mirada con la del explorador, y lo vio en sus profundos ojos. Había tomado una resolución, y no había nada que se pudiese hacer. El monje tuvo el privilegio de seguir consciente mientras se desarrollaba ante su impotente mirada la escena más heróica de las que seguramente jamás vio, y de las que nunca vería.
Las gráciles manos del montaraz dejaron que su fiel arco resbalase entre sus dedos, casi a cámara lenta, mientras una de ellas se deslizaba por su cinto en dirección a su espada. La aferró, con la fuerza con la que solo un ser cuya memoria será inmortal puede hacerlo, y la desenvainó a medida que saltaba entre los cuerpos maltrechos de sus compañeros de fatigas, en línea recta hacía el causante de parte, y chivo expiatorio de todo el mal que había caído sobre ellos.
Su brazo enarboló el arma y la descargó sobre la testa de su enemigo, mientras éste cerraba sus serradas pinzas en torno al torso de bien formado guardabosques, y así, fundidos en un abrazo mortal, Yank dió su vida por la de sus compañeros.
Wurden se limpió las lágrimas y miró a sus compañeros, heridos, vendados y remendados, tendidos en charcos de su propia sangre, que aún se preguntaban donde estaba el que faltaba entre ellos.
- Lo siguiente que recuerdo es que ví un reflejo en el suelo. Era mi ballesta, cargada - sorbió e intentó recobrar la compostura -. Apunté al animal que se llevaba a Yank y disparé.
Hizo un gesto con la cabeza en dirección a la informe masa apenas visible tras la esquina.
Se miraron en silecio. No hacía falta que dijeran nada, porque todos sabían lo que estaban pensando:
Nunca le olvidaremos...
Unas fauces repulsivas asomaban de su ¿cabeza? y el resto del cuerpo tubular no ayudaba a mantener la última ración de gulp en el estómago.
La reacción no se hizo esperar:
- ¡A por él! - gritó el monje.
Otros gritos de guerra se le unieron y saltaron todos a por el animal. El primer puñetazo le hizo soltar a su querida clériga. Una fugaz victoria.
Uno, dos, tres flechazos, patadas, y mandobles confluyeron en el cuerpo del animal, que resistía tenázmente gracias a una fuerte coraza natural que le potregía sus pútridas entrañas.
Y entonces contraatacó, y uno a uno, fueron cayendo.
Primero Mornan, que se había incorporado al combate sin tiempo de colocarse su armadura, y que se desplomó inconsciente. Luego Wurden, que recibió un bocado de las impías mandíbulas del animal, y que quedó prácticamente incapacitado en el suelo. Y por último Gery, que, fuerte como siempre, resistió hasta que la alimaña aquella centro toda su atención en ella, dejándola desangrándose entre los cascotes.
Pero allí estaba él, Yank, armado con su arco, probado casi inútil contra las protecciones del ente que combatían denodadamente.
Wurden cruzó su mirada con la del explorador, y lo vio en sus profundos ojos. Había tomado una resolución, y no había nada que se pudiese hacer. El monje tuvo el privilegio de seguir consciente mientras se desarrollaba ante su impotente mirada la escena más heróica de las que seguramente jamás vio, y de las que nunca vería.
Las gráciles manos del montaraz dejaron que su fiel arco resbalase entre sus dedos, casi a cámara lenta, mientras una de ellas se deslizaba por su cinto en dirección a su espada. La aferró, con la fuerza con la que solo un ser cuya memoria será inmortal puede hacerlo, y la desenvainó a medida que saltaba entre los cuerpos maltrechos de sus compañeros de fatigas, en línea recta hacía el causante de parte, y chivo expiatorio de todo el mal que había caído sobre ellos.
Su brazo enarboló el arma y la descargó sobre la testa de su enemigo, mientras éste cerraba sus serradas pinzas en torno al torso de bien formado guardabosques, y así, fundidos en un abrazo mortal, Yank dió su vida por la de sus compañeros.
Wurden se limpió las lágrimas y miró a sus compañeros, heridos, vendados y remendados, tendidos en charcos de su propia sangre, que aún se preguntaban donde estaba el que faltaba entre ellos.
- Lo siguiente que recuerdo es que ví un reflejo en el suelo. Era mi ballesta, cargada - sorbió e intentó recobrar la compostura -. Apunté al animal que se llevaba a Yank y disparé.
Hizo un gesto con la cabeza en dirección a la informe masa apenas visible tras la esquina.
Se miraron en silecio. No hacía falta que dijeran nada, porque todos sabían lo que estaban pensando:
Nunca le olvidaremos...
Los momentos previos
Se sentía débil, sabía que algo no iba bien dentro de él, pero no era momento de autocompadecerse.
El resto no lo estaba pasando mucho mejor, y para colmo de males, la única persona que tenía el remedio para sus afecciones se debatía entre la vida y la muerte. Y Javea, su única guía en aquél laberinto de muerte y desesperación, estaba incluso peor.
Las heridas de sus compañeros le daban fuerzas para mover aquellas rocas hacia el borde de la caverna, pero la tenue luz que usaban les tenía preparada otra sorpresa desagradable. Gery no podía evitar que las piedras resonasen contra el peto de su armadura, y Mornan, rendido después de tantas batallas, no había podido evitar quedarse estruendosemante dormido, pero lo peor llegó cuando, escondido entre la oscilantes y difusas sombras de la cueva, un cascote le hizo tropezar, desparramando por el suelo la ruidosa carga que portaba.
Inmediatamente se hizo un tenso silencio.
Todos eran conscientes de que ahora sí sabían que estaban allí y que cualquiera que fuera la nueva aberración que aquél agujero inmundo les deparase, iba a venir directa a por ellos.
Esperaron en silencio, uno, dos, tres,...un minuto...
Apagaron las luces en un fútil intento de evitar lo inevitable, y siguieron esperando, hasta que un sonido de arrastre les impulsó a encender de nuevo las luces, para ver una escena grotesca...
El resto no lo estaba pasando mucho mejor, y para colmo de males, la única persona que tenía el remedio para sus afecciones se debatía entre la vida y la muerte. Y Javea, su única guía en aquél laberinto de muerte y desesperación, estaba incluso peor.
Las heridas de sus compañeros le daban fuerzas para mover aquellas rocas hacia el borde de la caverna, pero la tenue luz que usaban les tenía preparada otra sorpresa desagradable. Gery no podía evitar que las piedras resonasen contra el peto de su armadura, y Mornan, rendido después de tantas batallas, no había podido evitar quedarse estruendosemante dormido, pero lo peor llegó cuando, escondido entre la oscilantes y difusas sombras de la cueva, un cascote le hizo tropezar, desparramando por el suelo la ruidosa carga que portaba.
Inmediatamente se hizo un tenso silencio.
Todos eran conscientes de que ahora sí sabían que estaban allí y que cualquiera que fuera la nueva aberración que aquél agujero inmundo les deparase, iba a venir directa a por ellos.
Esperaron en silencio, uno, dos, tres,...un minuto...
Apagaron las luces en un fútil intento de evitar lo inevitable, y siguieron esperando, hasta que un sonido de arrastre les impulsó a encender de nuevo las luces, para ver una escena grotesca...
domingo, 11 de abril de 2010
Sangre.
Ah, qué alegría. Sangre en sus labios. Y no cualquier sangre, su sangre ni más ni menos. Volvía a estar vivo.
Se irguió apoyándose en la enorme espada y alzó la vista para mirar sus próximos objetivos. Detrás de él, el sonido de la batalla fue interrumpido por un estruendoso golpe. Parecía que su enemigo se había dado cuenta al fin de que estaba muerto.
No miró atrás. Hacia al menos una década que no mataba a un gigante, pero la visión de un inmenso osgo que avanzaba por el campo de batalla le impidió regodearse.
La figura del humanoide era imposible de confundir. Su pelaje grisáceo, sus impresionantes proporciones y su inmensa espada. Negel se presentaba una vez más ante él.
- Esta vez no te escaparás.
A primera vista no parecía que fuera a hacerlo. Los dos metros y medio de músculo descolgaron el impresionante mandoble como si fuese un cuchillo de trinchar mientras avanzaba directamente hacia él. Negel soltó una risotada enajenada cuando vio a quién se enfrentaba.
- Pero si es Sser Drognak. Ha passado tiempo.
- Demasiado, Negel. Creo que es hora de zanjar nuestro pequeño asunto.
- Qué bien hablass. - Negel ensayó una sonrisa que en su rostro era más bien una mueca feroz- Sse nota que el tiempo que hass esstado rodeado de políticoss lo hass passado bien.
- Cállate y vuelve al infierno.
- Algo me dice que sseráss tú el que sse reunirá con ssuss diossess essta noche.
Se irguió apoyándose en la enorme espada y alzó la vista para mirar sus próximos objetivos. Detrás de él, el sonido de la batalla fue interrumpido por un estruendoso golpe. Parecía que su enemigo se había dado cuenta al fin de que estaba muerto.
No miró atrás. Hacia al menos una década que no mataba a un gigante, pero la visión de un inmenso osgo que avanzaba por el campo de batalla le impidió regodearse.
La figura del humanoide era imposible de confundir. Su pelaje grisáceo, sus impresionantes proporciones y su inmensa espada. Negel se presentaba una vez más ante él.
- Esta vez no te escaparás.
A primera vista no parecía que fuera a hacerlo. Los dos metros y medio de músculo descolgaron el impresionante mandoble como si fuese un cuchillo de trinchar mientras avanzaba directamente hacia él. Negel soltó una risotada enajenada cuando vio a quién se enfrentaba.
- Pero si es Sser Drognak. Ha passado tiempo.
- Demasiado, Negel. Creo que es hora de zanjar nuestro pequeño asunto.
- Qué bien hablass. - Negel ensayó una sonrisa que en su rostro era más bien una mueca feroz- Sse nota que el tiempo que hass esstado rodeado de políticoss lo hass passado bien.
- Cállate y vuelve al infierno.
- Algo me dice que sseráss tú el que sse reunirá con ssuss diossess essta noche.
miércoles, 7 de abril de 2010
Orden de los Caballeros Defensores
Origen
La Orden de los Caballeros Defensores (o Defensores, como se les conoce popularmente) es una antigua orden de guerreros al servicio de Sira, fundada con el objetivo de poder dar protección armada en determinadas situaciones.
Localización
Los Defensores no tienen sede en todas las ciudades del concordato, sólo en las poblaciones de mayor densidad (Crow, Zet, Vaast). Lo cual no excluye el hecho de que pueda haber Defensores en otras ciudades, de manera independiente o en cumplimiento de alguna misión. No es extraño, tampoco, que algunas iglesias situadas en zonas problemáticas dispongan de una modesta guardia destinada a la defensa de la iglesia y sus fieles.
La comandancia central está en Crow, donde se encuentra la Gran Maestre de la orden.
Estructura interna
A la cabeza de la orden se encuentra la Gran Maestre (actualmente, Brida Biworz), quien se apoya en dos consejeros (por regla general, uno miembro de la iglesia y otro de la orden). La Gran Maestre dirige la sede de Crow.
Al mismo nivel que la Gran Maestre ("Primus inter pares") están los dirigentes de las sedes de Zet y Vaast.
Dentro de cada sede, se distinguen tres grupos principales:
- Caballeros Defensores del Ocaso: caballeros ancianos cuya función es aportar dirección y consejo a los más jóvenes, aunque en ocasiones prefieren terminar sus días como caballeros activos.
- Caballeros Defensores del Día: caballeros defensores activos y veteranos.
- Caballeros Defensores del Amanecer: caballeros primerizos, novatos.
Por debajo de estos tres grupos estarían los escuderos, los pajes, y "pacientes" (caballeros en prueba).
Ambiente
Unas tres cuartas partes de los miembros de los Defensores son mujeres, incluida la Gran Maestre.
El alto de grado de mujeres que sirven entre sus filas y el hecho de servir a una diosa familiar que prefiere que sus seguidores no utilicen la violencia como primera medida, polariza mucho a la gente en su opinión con respecto a los Defensores.
Mientras que las ordenes militares generalmente les desprecian, especialmente si son miembros masculinos, el pueblo llano les ve como gente accesible, amigable, que están dispuestos a ayudarles en momentos de necesidad.
Objetivo
La meta ideal que se persigue, y a la que se consignan, es la defensa del más débil e inocente.
Ante todo, un Defensor tiene opción de elegir como desea recorrer su camino, de igual forma que sucede con sus hermanos eclesiásticos. Puede ponerse a disposición de su centro, aceptando el destino que más necesario sea en el momento dado, o puede vagar por el mundo buscando un lugar donde se le necesite (estos caballeros suelen denominarse de forma común como Defensores Errantes).
Dos son los votos que han de seguir los Defensores: ser fieles a Sira y a su voluntad, y responder a la llamada de un hermano (de iglesia o de armas).
Ingreso
La edad mínima para ser nombrado caballero es de 18 años. Todos aquellos aspirantes que no lleguen a dicha edad deberán completar los años restantes ejerciendo de pajes (hasta los 12 años) y/o de escuderos (de 12 a 18 años). Una vez cumplan la edad requerida, el Defensor a cuyo cuidado estuvieron hablará acerca de su protegido ante el consejo de admisión, recomendando el ingreso o la expulsión del joven. Una vez aceptado el aspirante dejará de ser considerado como tal para entrar a formar parte de los Defensores como uno más.
Si por el contrario supera la edad mínima pero viene respaldado por otro miembro de la orden o de la iglesia, habrá de demostrar su valía realizando una prueba que será dictaminada por el consejo de admisión. Si dicha prueba es superada, será aceptado.
Finalmente, si supera la edad mínima y no tiene nadie que le respalde, habrá de realizar un periodo de instrucción (típicamente un año) durante el cual sus cualidades físicas y morales serán examinadas. Durante este tiempo el aspirante será conocido como caballero en pruebas, o "paciente" (haciendo referencia al tiempo que han de esperar antes de poder ser puestos a prueba). Al finalizar el periodo de formación, será sometido a una prueba, al igual que en el caso anterior.
La Orden de los Caballeros Defensores (o Defensores, como se les conoce popularmente) es una antigua orden de guerreros al servicio de Sira, fundada con el objetivo de poder dar protección armada en determinadas situaciones.
Localización
Los Defensores no tienen sede en todas las ciudades del concordato, sólo en las poblaciones de mayor densidad (Crow, Zet, Vaast). Lo cual no excluye el hecho de que pueda haber Defensores en otras ciudades, de manera independiente o en cumplimiento de alguna misión. No es extraño, tampoco, que algunas iglesias situadas en zonas problemáticas dispongan de una modesta guardia destinada a la defensa de la iglesia y sus fieles.
La comandancia central está en Crow, donde se encuentra la Gran Maestre de la orden.
Estructura interna
A la cabeza de la orden se encuentra la Gran Maestre (actualmente, Brida Biworz), quien se apoya en dos consejeros (por regla general, uno miembro de la iglesia y otro de la orden). La Gran Maestre dirige la sede de Crow.
Al mismo nivel que la Gran Maestre ("Primus inter pares") están los dirigentes de las sedes de Zet y Vaast.
Dentro de cada sede, se distinguen tres grupos principales:
- Caballeros Defensores del Ocaso: caballeros ancianos cuya función es aportar dirección y consejo a los más jóvenes, aunque en ocasiones prefieren terminar sus días como caballeros activos.
- Caballeros Defensores del Día: caballeros defensores activos y veteranos.
- Caballeros Defensores del Amanecer: caballeros primerizos, novatos.
Por debajo de estos tres grupos estarían los escuderos, los pajes, y "pacientes" (caballeros en prueba).
Ambiente
Unas tres cuartas partes de los miembros de los Defensores son mujeres, incluida la Gran Maestre.
El alto de grado de mujeres que sirven entre sus filas y el hecho de servir a una diosa familiar que prefiere que sus seguidores no utilicen la violencia como primera medida, polariza mucho a la gente en su opinión con respecto a los Defensores.
Mientras que las ordenes militares generalmente les desprecian, especialmente si son miembros masculinos, el pueblo llano les ve como gente accesible, amigable, que están dispuestos a ayudarles en momentos de necesidad.
Objetivo
La meta ideal que se persigue, y a la que se consignan, es la defensa del más débil e inocente.
Ante todo, un Defensor tiene opción de elegir como desea recorrer su camino, de igual forma que sucede con sus hermanos eclesiásticos. Puede ponerse a disposición de su centro, aceptando el destino que más necesario sea en el momento dado, o puede vagar por el mundo buscando un lugar donde se le necesite (estos caballeros suelen denominarse de forma común como Defensores Errantes).
Dos son los votos que han de seguir los Defensores: ser fieles a Sira y a su voluntad, y responder a la llamada de un hermano (de iglesia o de armas).
Ingreso
La edad mínima para ser nombrado caballero es de 18 años. Todos aquellos aspirantes que no lleguen a dicha edad deberán completar los años restantes ejerciendo de pajes (hasta los 12 años) y/o de escuderos (de 12 a 18 años). Una vez cumplan la edad requerida, el Defensor a cuyo cuidado estuvieron hablará acerca de su protegido ante el consejo de admisión, recomendando el ingreso o la expulsión del joven. Una vez aceptado el aspirante dejará de ser considerado como tal para entrar a formar parte de los Defensores como uno más.
Si por el contrario supera la edad mínima pero viene respaldado por otro miembro de la orden o de la iglesia, habrá de demostrar su valía realizando una prueba que será dictaminada por el consejo de admisión. Si dicha prueba es superada, será aceptado.
Finalmente, si supera la edad mínima y no tiene nadie que le respalde, habrá de realizar un periodo de instrucción (típicamente un año) durante el cual sus cualidades físicas y morales serán examinadas. Durante este tiempo el aspirante será conocido como caballero en pruebas, o "paciente" (haciendo referencia al tiempo que han de esperar antes de poder ser puestos a prueba). Al finalizar el periodo de formación, será sometido a una prueba, al igual que en el caso anterior.
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