martes, 18 de agosto de 2009

Alana Leenda "Estoque" II

Estoque tardó menos de un segundo en cerrar la boca y así evitar dar un trago al chorro de sangre que salía despedido del cuello del bandido. Su virote clavado en el pecho parecía, comparándolo con el tajo que su nuevo compañero había provocado, un alfiler en el pie de un titán. Giró la cabeza levemente observando al feo gigantón que se lanzaba contra el grupo de arqueros y pensó por primera vez en el día que se alegraba de tenerlo al lado en lugar de en frente.

La batalla fue corta y dura, pero al final de la misma Alana estaba mucho más entera que la última vez y sin sensación de haberse jugado del todo la vida. Se agachó sobre sus aliados moribundos y les administró los primeros auxilios parando las hemorragias.

- No moriréis hoy por lo que parece.

Alana alzó la vista y vio la masacre que habían provocado ella y sus compañeros. Estaba decidiendo a quién saquear primero cuando notó un temblor en la cueva, miró la entrada y un estruendo unido a una nube de polvo le indicó que alguien había bloqueado la entrada. La espadachina se encongió de hombros y se agachó sobre el primer cadáver.

Lo primero era lo primero.

lunes, 10 de agosto de 2009

Kormak

Aquel ser despreciable no iba a acabar con él. Se había enfrentado a peores adversarios, más numerosos y temibles, y al final siempre acababa observando escapar sus últimos gorgogeantes suspiros, postrados en el suelo con los huesos rotos y las tripas reventadas, el húmedo aroma de la sangre envolviendo la moribunda escena.

Agitó una vez más el mangual en el aire, dispuesto a descargar su fría ira contra aquella infeliz criatura. De repente, con una velocidad inusitada, el ser deslizó una garra entre el hueco dejado por el escudo y el mangual, alcanzando al cuello en una zona desprotegida de la armadura. La garra seccionó el cuello como si de papel se tratará, abriendo un abismo a través del cual aire y sangre se entremezclaron en su desbaratada huida. Kormak retrocedió, más sorprendido que asustado, mientras se daba cuenta de que esta vez no sería él quien observara al derrotado fallecer.

Dió un paso atrás, trastabilló y finalmente cayó, en lo que le pareció una eternidad, al fango de la ciénaga. Mientras su alma escapaba de su cuerpo, no pudo evitar pensar que le hubiera gustado poder vivir un poco más. No por disfrutar de la vida en sí, sino por poder dar a conocer a más gente las bondades de su dios...

Giró la cabeza en un último esfuerzo y vió al soldado y a la otra chica combatir a la bestia. Quizás ellos fueran más afortunados que él. En cualquier caso, poco le importaba su suerte. El azul del cielo se desvaneció, y sus ojos mortales se nublaron.

...

- Despierta, y escúchame, Kormak.

El ser etéreo anteriormente llamado Kormak abrió su conciencia y despertó. Ante él, Orcus, el Señor de los Muertos Vivientes, le observaba.

- Mi señor... Soy indigno de contemplar vuestro rostro...
- Así es, miserable carroña mortal. El honor que te concedo excede con mucho los méritos que has logrado. Así y todo, no eres un mal sirviente, Kormak.
- Gracias, mi señor.
- Creo que aún puedes ser útil en las tierras mortales. Creo que aún puedes predicar más mi palabra.
- ¡Yo también lo creo señor! ¡Ardía en deseos de daros a conocer entre las gentes, de hacerles entender que al final de todo sólo Orcus importa!
- Lo sé, mi fiel sirviente, lo sé. Y por eso he decidido darte otra oportunidad.
- ¡De nuevo, soy indigno del honor que me concede mi señor!
- Volverás a la vida reencarnado en el cuerpo de un moribundo que aceptó venir a reunirse conmigo antes de tiempo.
- ¡Gracias, señor, gracias!
- Ahora vuelve, Kormak, y difunde mi mensaje. Difunde la muerte.

...

Alana Leenda "Estoque" I

Rasgó un jirón de su capa. A la muy puta ya no le serviría para gran cosa. Revisó sus bolsillos y dejó que el fango se la siguiese tragando. Hubo un tiempo en que su cuerpo eviscerado había sido bello, lo único bello de su ser corrupto.

Giró sobre sus botas y se acercó al cura. Su cuello seccionado no dejaba lugar a dudas: al fin se había reunido con su Señor. Sintió una punzada de miedo mientras robaba al cadáver sus monedas; a fin de cuentas había sido un hombre santo y quizá su deidad (cualquiera que esta fuese) estaba ahora mismo observando la escena. Descartó la idea con un chasquido de su lengua y le vació los bolsillos sin más pensamientos fúnebres sobre el asunto.

Se irguió y dirigió la vista al otro humano. Sólo quedaba el soldado. Avanzó hacie él con paso rápido, palpó por encima de la ropa y se quedó con su oro.

- Joder, parezco una arpía.

El soldado había sido el más simpático de todos con ella y a él le dedicó unos segundos de oración. Sólo se sabía una, y además incompleta, pero en cualquier caso no había tiempo que perder, quién podía saber si la familia de la bestia estaba por allí cerca y le echaba de menos.

Dudó unos instantes sobre a dónde dirigirse, se había adentrado mucho en la ciénaga, pero tampoco sabía cuánto podría quedarle para llegar a la otra orilla. Torció el gesto y se encaminó de vuelta a Red Hook, había dos días de viaje y no era el momento de tener dudas. Además, siempre podía pararse en alguna de las granjas que había visto a la ida y descansar un poco.

Leenda alzó la vista al cielo y suspiró.

- Definitivamente, la vida de aventuras no está bien pagada.

Se vendó el brazo con el jirón de la zorra y echó a andar.