lunes, 15 de noviembre de 2010

Recuerdos

Estaba una vez más en aquella loma verde, bañada por el suave sol de la primavera de los 17 años.

- No hay otro sol como ése...

No hay otro sol como ése. Subía por aquella ladera sin esfuerzo, intrigado por lo que había detrás.

- El rocío te mojaba los pies descalzos...

Era verdad, ahora notaba como el rocío le mojaba los pies descalzos mientras pisaba la mullida hierba que cubría la colina.

- Ya sabes lo que hay al otro lado...

Ya sabía lo que había detrás, pero aún así quería verlo con sus propios ojos. Tan solo le faltaban unos pocos pasos, ya se vislumbraba el horizonte.

- Y ahora te das la vuelta...

Ahora se dio la vuelta, empezó a bajar la cuesta, olvidando lo que fuese que hubiera allí detrás, y vio una pequeña cabaña al pie. La recordaba también, pero esta vez era algo distinta, más acogedora, más hospitalaria, más... tentadora.

- Bajaste en dirección al cálido abrazo del fuego, para librarte del frío que comenzabas a sentir...

Se había levantado una brisa, al principio ligera, que ahora arreciaba de manera amenazante, casi despiadada. Los dedos de los pies se le entumecían, y la cabaña parecía cada vez más apetecible, pero un picor en la parte de atrás de su mente le mantenía alerta, le gritaba en silencio que subiera otra vez.

- Bajaste...

No bajó. Los finos músculos de su cuello se tensaron firmemente como cuerdas de piano.

- Seguiste en dirección a la protección y a la relajación que solo una auténtica piel de oso puede ofrecerte...

Lentamente se giró hacia la cima del monte, de la montaña, de la cordillera que ahora se extendía ante sus ojos...

- ...más alta que nunca, inabarcable, peligrosa, fuera de tus posibilidades...

- Subí - le costaba un esfuerzo hercúleo contradecir a esa voz, pero poco a poco iba acumulando fuerza en su interior, haciendo una bola de rebeldía pura.
- No - la voz habia cambiado el tono melódico de antes por una helada cuchilla de acero -. No puedes ir hacia allí...
- ¡Sí que puedo! - gritó Jahled subitamente, mientras corría y escalaba moviendo frenéticamente los brazos, como si toda la energía que contenía hubiese estallado de golpe.

Ahora volvía a parecer una montaña de juguete, podía pasarla de un salto, de un paso, sin moverse, con los brazos caídos a los lados, con todo el peso de su equipo, con sus armas.
Un momento después no había más montaña que un par de granos de arena, arrastrados por el viento, el cuál se transformó en la silueta de un hombre.
O al menos a Jhaled le parecía un hombre, aunque más bien tenía el aspecto de un hábito de monje hinchado por el viento, deshilachado en los bordes y ennegrecido por el hollín, con la capucha vuelta, cubriendo una oscuridad insondable.

- Sigues siendo dificil de dominar, amigo - le dijo.
- Si yo soy tu amigo, debes llevar una vida aún más lamentable de lo que me imaginaba - respondió el hechicero con toda la sorna de que fue capaz -. Tus trucos siguen siendo de segunda, ¿aún sigues persiguiendo fama y fortuna engañando a paletos?.
- ¿Y tú?, ¿Sigues pensando que te volverán a dejar entrar? - le contestó la sombra -. Déjamelo y ambos podremos beneficiarnos de todo su poder.
- Si fuese tan egoísta como para intentar usarlo por mi cuenta, ¿qué te hace pensar que iba a compartirlo contigo?.
- Que solo yó conozco la manera de utilizarlo en su estado actual.
- ¿Insinúas que ya puedes usarlo? - su cara dejó traslucir brevemente una profunda preocupación.
- Si es cierto o no, lo descubriremos pronto, pero por ahora tan solo dame tu foco.

Jhaled ya se conocía sus trucos. Habían pasado muchas tardes desde pequeños jugando a ese juego de adivinar la carta del otro, y aunque él siempre perdía, con el tiempo, su interlocutor tampoco ganaba.
Apretó el mango de Lesha, su fiel lanza. No tenía nada de especial, aparte de haberle salvado la vida en alguna que otra ocasión, y de aquellas tiras de cuero que rodeaban el centro de su esbelto cuerpo. Aquellas tiras, la inscripción en el reverso, era su foco, o lo había sido en un tiempo, la llave al poder de la Orden. Era absolutamente consciente de que debía evitar pensar en ello mientras el otro siguiera en su mente, o sabría perfectamente cómo conseguirlo.
La magia aún residía de alguna manera allí, aunque imperceptible, incluso para los magos, o éso pensaba el otro. A una palabra de un regente de La Orden, podría volver a usarla, aunque el tiempo de su regreso todavía no le había llegado. El hombre al que se enfrentaba la quería para estudiarla y buscar una manera de acceder a la Reserva, pero incluso expulsado, les debía un respeto y una obligación a aquellos que tanto le habían dado.

No tuvo que pensar: sujetando con fuerza su arma, arremetió contra aquella sombra inmunda que se presentaba ante él, y de un solo tajo la atravesó...

Aún se aferraba a ella cuando los firmes golpes y la dulce, a la vez que solemne, voz de Gaery retumbaron a través de la gruesa puerta de madera reforzada. Se despertó empapado y tambaleante, en dirección a la puerta.

Malditos doblegamentes, pensó, y de entre ellos, maldito Zertyr. Tendría que encontrar su antigua orden cuanto antes.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Selurian

Selurian. Clérigo de Sira. Cuidador del Hogar. Cabeza del templo norte de Red Hook.

Nació hace 57 años en Vaast, en el seno de una familia de comerciantes. Sintió la llamada de Sira a una pronta edad, cuando una matrona de la orden auxilió, y salvó la vida, a su madre y hermano nonato en un complicado parto que, de otra forma, hubiera acabado con ambos.

Durante años sirvió en los templos menores de Vaast como mensajero y auxiliar de campo, ayudando donde fuera más necesario en cada momento. En algún momento de su juventud conoció a un grupo de aventureros que querían adentrarse en los grandes bosques del norte, al encuentro de lo que el destino les deparara. Selurian sintió la atracción de la vida aventurera y pidió permiso a su orden para acompañar al grupo y convertirse en un caminante. En el grupo conoció a Maratia, con quien empezó a intimar, y que acabó por convertirse en su compañera.

Poco tiempo después, no obstante, un incidente tuvo lugar que acabó con la muerte de la mayor parte del grupo, Maratia entre ellos. Selurian volvió a Vaast, moralmente devastado. La orden le traslado a un puesto organizativo en el templo central, donde estuvo durante unos pocos años, cuando el puesto de Cabeza del templo norte de Red Hook quedó vacante. Solicitó el traslado y le fue concedido.

En Red Hook, mantuvo el templo en soledad hasta una tarde en la que recibió una petición de ayuda del orfanato. Una niña sufría unas fuertes fiebres que amenazaban con acabar con la pequeña. Se desplazó hasta el orfanato, y trató de sanar a la menor, pero la enfermedad era tenaz, y cada vez que parecía remitir volvía casi con más virulencia que antes. Comprendió que sería necesario llevarla al templo y velar por ella toda la noche. Cuando se disponía a salir en dirección al templo, otra niña, de edad similar a la primera, se agarró a su pierna, llorando mientras decía "por favor señor cúrela es mi mejor amiga, mi única amiga, tiene que curarla..." El gesto le emocionó, y le preguntó si quería acompañarle y ayudarle. Limpiándose los mocos con la mano, la niña asintió.Tendió su mano a la pequeña, quien dijo llamarse Samlara, y partió presuroso al templo, donde permanecieron en vela durante dos días hasta que la enfermedad remitió completamente y la vida de la chiquilla quedó a salvo. Samlara abrazó entonces a su amiga, a la que llamó Zoe, quien abrió los ojos y miró sorprendida a su alrededor.

Las pequeñas, desde aquel día, entraron al servicio de la orden, convirtiéndose en siervas del templo y acompañando a Selurian en sus quehaceres.

El tiempo pasó, y llegó el momento en que una de ellas salió a recorrer la senda del caminante, para no volver. Selurian acusó mucho la pérdida, pero lo sobrellevó con su habitual fortaleza de espíritu. Finalmente, su otra hija tomó el mismo camino que su hermana, dejandole de nuevo solo al frente del templo.

A los pocos días, un grupo de asaltantes atacó el templo. Selurian falleció, y Sira acogió en su hogar al alma más bondadosa, caritativa y amable que haya existido jamás.

Selurian. Mi mentor. Mi padre. Tu fuego se ha apagado, pero el recuerdo de tu llama siempre calentará el corazón de todos los que te conocimos, especialmente, el mio.

- Zoe, Servidora del templo norte de Red Hook.

martes, 9 de noviembre de 2010

Partidas por mail

(Extraído del manual de campaña de Bayes)

Todos los mails que se envíen para jugar partidas deben tener este formato aproximado. Si alguna de las secciones no aplica, no se pone y listo.

- Notas:

Donde el DM o el PJ escriben todo lo que no forma parte de la partida pero viene a cuento. Puede haber varios apartados de notas en un mail, pero en todos se debe indicar que son eso: notas.

- Dónde:
Donde se explica en dónde ocurre la escena. A menudo este apartado se podrá copiar del mail anterior.

- Quién:
Donde se dice quién participa en la escena. Si hay más de un PJ en esta sección, lo suyo es que reciba una copia del correo.

- Qué:
Donde se explica lo que pasa en la escena.

Algo de magia

El bonito diamante colapsó sobre si mismo con una pequeña grieta desde su interior mientras una misteriosa llama azul lo envolvía. Poco a poco la grieta alcanzó el exterior del cristal momento en que un crujido indicó que se había partido. Poco a poco, polvo de la piedra resbaló entre los dedos de la clérigo, aún envueltos en el fuego y derramándose sobre el cuerpo del guerrero que yacía muerto a sus pies.

Nina abrió los ojos y se arrodilló sobre el cadáver desgarrado de Mornan mientras las fantasmales llamas ardían en torno a él. Entonando un salmo tan antíguo como la humanidad, la clérigo posó una mano sobre el pecho de éste y el fuego índigo se tornó carmesí. El volumen del cántico empezó a incrementarse lentamente hasta que, en un éxtasis de luz roja y voz hipnótica, todo terminó.

Sólo había sido un minuto de ritual, pero ninguno de los presentes lo podría olvidar jamás. Sólo Mornan que ahora se incorporaba entre estertores de tos y flemas de sangre podría decir más tarde que él no recordaba nada de lo que Nina había hecho esa noche.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El festín

Ratas. Normalmente las ratas no salían a la superficie hasta la oscuridad de la noche, más en estas fechas en que las mañanas empezaban a ser frías. Melquiades cogió la escoba y empezó a echarlas de la acera próxima a su tienda con movimientos enérgicos, a golpes.

Con la cabeza gacha y el rostro ceñudo, el tendero fue expulsando a las intrusas maldiciendo por lo bajo la enorme cantidad de estas que parecía haber hasta que, de sopetón, se encontró con lo que había atraído a sus peludas enemigas a las puertas de su tienda.

Bajo cuatro ratas de enorme tamaño, lo que parecía una montaña de carne desgarrada, todavía sangrante en zonas, quemada en otras, yacía destrozada. Melquiades tuvo una arcada. La náusea le hizo doblarse y finalmente vomitó sobre los restos humanos que habían aparecido en la puerta de su morada.