La inyección de adrenalina subió por sus venas lanzándola hacia adelante a toda velocidad. Al final de la gran escalera vio cómo la puerta que tenía al frente se abría y un humano con armadura de cuero salía al pasillo. Su cara de perplejidad cambió a la de terror cuando la antorcha que portaba Leenda salió despedida contra su rostro impactando de lleno sobre él.
Las horribles quemaduras de su piel fueron el preludio del estoque de Leenda atravesando su corazón. El sectario cayó muerto antes de poder apreciar el semblante de su verdugo. Alana entró en la habitación que ocupaba su enemigo y cerró la puerta.
- Veamos qué se cuece aquí dentro.
La habitación estaba ciertamente destartalada y nada de valor parecía haber en los desvencijados muebles que la ocupaban.
- Pf, menudo éxito.
Alana descolgó su ballesta del cinto y abrió la puerta por la que había entrado de una patada justo a tiempo de escuchar un estampido sónico procedente del piso de abajo. Giró la cabeza y vio al clérigo de ojos sádicos descolgando su mangual. Alana alzó la vista al techo.
- Noikai, no soy de rezar mucho, pero si un día me quedo sola con este histérico, por favor, concédele una muerte lenta y dolorosa.
lunes, 5 de octubre de 2009
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