lunes, 18 de enero de 2010

Rabia

Cuando vió caer a Sir Drognak, Gery, tuvo que hacer un esfuerzo por no gritar. Negel era mucho más poderoso de lo que le habían supuesto y eso que siempre estuvieron seguros de que se trataba de una mala bestia.

La rabia la indundó hasta un nivel al que nunca había pensado que llegaría y su respiración se volvío cada vez más entrecortada. Sabía que lo que debía hacer era ir contra ese cabrón aunque su vida le fuera en ello, lo cual sería lo más probable, pero... había algo que se lo impedía. La cabeza le ardía y no podía pensar, odiaba cuando le pasaba eso.

En ese preciso instante, Mornan, la sacó de su ensimismamiento:

- Entonces, ¿qué? Vamos, ¿no? - dijo mientras miraba a Sam. Gery no pudo más que sonreir, ese entrañable mamonazo aún conseguía sorprenderla después de los años.
- Mornan... No.
- Pero... Sam...
- ¡No, Mornan!

Gery miró a Sam a los ojos y esta le devolvió la mirada y ambas descubrieron que pensaban lo mismo. En sus ojos, vidriosos por las lágrimas contenidas, había la misma rabia y el mismo dolor, la misma desesperación, pero también la misma duda que en los de Gery. Las dos miraron a Mornan y los tres se dieron cuenta de lo que había que hacer. Siempre había pensado que su final habría de ser en un campo de batalla como aquel, rodeada de sus compañeros, y no en una cómoda cama, como la remilgada señorita que su padre habría querido que fuera.

Por encima del estruendo de la batalla y del incesable cacareteo de Wurden, al cual llevaba ignorando un rato, aunque no sabría por cuanto tiempo más podría seguir haciéndolo, escuchó la voz de Yank "...Javea...". Sólo eso bastó para que se decidiera de una vez. Pensó en toda la gente a la que iba a decepcionar: sus amigos, sus hermanos Aaron y Renly... Renly. Renly, quien más confiaba en ella, quien había dado su vida por salvar la de ellos. Las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas manchadas de sangre, sudor y polvo mientras un grito gutural y desesperado surgía de lo más profundo de sus entrañas. Miró a Sam por última vez y mascullando un sonoro "¡Joder!" bajó la cabeza, mientras salía en pos de Mornan sin mirar atrás.

Con cada paso pensaba más en Renly y en la última vez que le vió. Fue en el bosque, cuando iban en busca de Javea. Su hermano luchaba para que ellos pudieran escapar y salvar a su amiga. "¡Gery! ¡Protege a Javea!" esas fueron las últimas palabras que le oyó pronunciar y vaya sí iba a cumplirlas, aunque le fuese la vida en ello. Ya se había enfrentado a Kelgar en su momento por esas palabras y aunque no salió bien parada lo volvería a hacer mil veces. Ahora era más fuerte y cada vez lo sería más. Puede que después de todo, Renly, aún no estuviera decepcionado.

Un recuerdo y una caída

- Por cierto. Que sepas que te has pasado.
- ¿Qué?
- Que te has pasado. Con los chicos, digo.
- No sé a qué te refieres.
- Han estado a punto de morir varias veces por salvarme. Creo que se merecen un poco más de respeto aunque sólo sea por eso. No es necesario ni útil para la moral que les ningunees. Quizá no hayan completado su formación en el ejército, pero sin duda son mucho más competentes que la mayoría de tus reclutas.
- Lo sé... Lo siento Javea. Estamos en una situación crítica y sabes que los modales no son mi fuerte.
- Sé que no, pero intenta portarte mejor con ellos de ahora en adelante. Les debo la vida.
- Lo intentaré, pero deja de mirarme así. A veces pareces mi madre y sólo tienes 20 años.

***


Javea despertó de su ensimismamiento al mismo tiempo que una enorme roca golpeaba la base de la muralla sobre la que se encaramaba. A sus pies, miles de combatientes se afanaban por matar el mayor número de enemigos posible. A varios cientos de metros en línea recta, sus amigos se estaban jugando la vida.

- Milady, los gigantes están acercándose a la muralla. Debe descender a donde se encuentre más segura.
- No puedo irme todavía. Espera cinco minutos por favor.
- Milady, debo insistir. Las órdenes de Ser Drognak son ...

Una enorme roca golpeó justo unos metros por debajo de donde la consejera se encontraba, resquebrajando la estructura y provocando un derrumbamiento que arrojó a los subidos a la muralla hacia el interior de la ciudad, en caída libre de 10 metros. Javea notó cómo el suelo se desmoronaba bajo sus pies, perdiendo el equilibrio y precipitándose hacia el vacío.

Fueron unos segundos de absoluto pánico. Luego una eternidad de oscuridad y dolor.

domingo, 17 de enero de 2010

La taberna del Trol Aullador

Ambiente cargado, humo en mayor proporción que aire, suficiente ruido como para no poder oír tus propios pensamientos y un olor a sebo impregnándolo todo. Sí, definitivamente aquella debía ser la taberna del Trol Aullador. Humanos de distintas clases bebían y gritaban por todas partes. Un grupo de enanos no se quedaba atrás, jaleando y golpeando la mesa con fuerza cada vez que uno de sus compañeros apuraba su jarra.

-Encantador. Ahora... ¿donde estáis...? -susurró, mirando alrededor.

Un brazo se alzó de entre la marea de gente. Mornan le hacía señas, llamándola. Al acercarse vio que le hacía un sitio entre él y Yank. "Maldito Mornan, siempre tan descarado", pensó.

-Hola, ¿lleváis mucho esperando?
-No, no, poco. Voy por la segunda ronda... así que ellos aún están con la primera -sonrió ampliamente-. Verás, Wurden y yo estábamos teniendo una interesante conversación con Yank...

Samlara tuvo un mal presentimiento. Margaery, situada frente a ella, miraba hacia otro lado mientras sonreía, tapándose la cara con la jarra al beber. Wurden, al lado de Margaery y frente a Yank, tenía una curiosa mirada en los ojos, similar a la de un niño que planea una travesura. Mornan empezaba a adquirir su "mirada de taberna", como a él le gustaba llamarla. En cuanto a Yank, su expresión era inescrutable. Tan pronto como se sentó, se dirigió a ella:

-Samlara, decían algo de que no te encontrabas bien... ¿es cierto, te sucede algo?
-Eh... no... nada...
-Sí que te sucede algo Sam, ¿eh? ¿No quieres decir nada?
-No se de que me hablas... -un ligero rubor asomó por sus mejillas.
-Escucha Yank, eh... perdona Sam, ¿me cambias el sitio?
-Como quieras... -aturullada, Samlara cambió el sitio con Mornan y se centró en la jarra que le acababan de servir, teniendo cuidado de escuchar las palabras de Mornan.
-Escucha granjero, creo que deberías acompañarla a su dormitorio...
-¿Por qué? ¿Está cansada, tiene algún problema? -preguntó, extrañado, el explorador.
-Joder, ¿es que no te enteras? La tien... -Samlara pisó con fuerza el pié de Mornan- ¡Auh, mierda! -exclamó Mornan, girándose hacia su repentina agresora, quien le miraba fijamente, los ojos abiertos como platos.
-¡Coño Sam, no sabrás manejar tu porra, pero bien que pisas! ¿Qué te pasa ahora? -susurró indignado Mornan, inclinándose hacia Samlara.
-¿Eres idiota? ¿Se puede saber qué demonios le estás diciendo?
-Pues que quieres que le diga, sólo intento...

El sonido de un cuerno le interrumpió, extendiendo un manto de silencio en la taberna. Durante unos pocos segundos, nadie se movió. Miradas nerviosas recorrieron el lugar. Finalmente, un grupo cercano a la puerta se levantó y, como liberados de una fuerza invisible que les oprimía, el resto de la gente les imitó.

-Vayamos fuera a ver que sucede. Aunque creo que ya lo sabemos. -sugirió Margaery.

Recogieron sus cosas y salieron, rápido, en silencio, la alegría del momento acallada por un sonido de cuerno.

Ya en el exterior se dirigieron hacia la muralla, donde se hicieron un hueco tras las almenas. Lejos, aunque no tanto como sería deseado, se veía un mar de pequeñas antorchas, moviéndose por la tierra como un ejército de temibles luciérnagas. Un jinete se aproximaba a la ciudad, blandiendo una bandera blanca.

-Es el ejército orco -masculló Yank.
-No se entonces si son buenas o malas noticias... -dijo Samlara fijándose en el jinete.
-Malas. Siempre. Los orcos y las buenas noticias sólo van juntos si los primeros están muertos -Wurden escupió al suelo tras pronunciar estas palabras.

El jinete traspasó las puertas de las ciudad. Sir Drognak le esperaba al otro lado.

-Si fuera yo el que está abajo, le cortaría la cabeza -dijo Wurden.
-Menos mal que no eres tú el que está abajo... -respondió Yank, entre dientes.

Nadie añadió nada más. Se apresuraron a bajar para reunirse con Sir Drognak, impacientes por conocer las palabras del mensajero.

domingo, 10 de enero de 2010

Arrogancia, polvo y recuerdos

- "¿Qué se cree que soy, idiota?" Pues igual sí que es un poco idiota, señor "Soy-un-estirado-incapaz-de-mirar-a-los-demás-con-respeto" Drognak. Menudo imbécil. Hacemos todo este camino para traerle un mensaje y ofrecer nuestra ayuda y así nos lo agradece. Oh, pero sí tiene palabras amables para Javea, claro. Todos tienen palabras amables para Javea. Por supuesto. Bah.

Recogió las mangas de su vestido, y tomando agua de la jofaina, empezó a limpiarse.

- Al menos tiene la suficiente cortesía como para proporcionarnos una habitación y agua para poder quitarnos un poco el polvo del camino. ¿Sabes qué, Gery? Creo que los nobles pasan demasiado tiempo en sus cerrados grupos exclusivos de alta sociedad. Se olvidan del mundo de ahí fuera. Creídos relamidos... Hum, no te lo tomes a mal, por cierto, no tiene nada que ver contigo.
- No hay problema.
- En fin... supongo que estoy exagerando un poco... es sólo que después de estos días ser recibidos tan fríamente es un poco... bueno, en cualquier caso, si Levo confía en él, sus razones tendrá, supongo. Aaah... creo que me sentaría bien poder descansar un poco...

Tomó agua formando un cuenco con las manos y hundió la cara en el. Lentamente, dejó que el agua escapase por entre sus dedos, llevándose consigo una parte del cansancio y del polvo del viaje. Relajada, observó la vasija, donde el reflejo de unos ojos cansados le devolvió la mirada. Unos ojos cansados...

...

Selurian le miraba directamente, sin pestañear. El anciano tenía la mirada triste, cansada, pero firme. Sus labios formaban una expresión severa, extraña de ver en su rostro habitualmente amable.

- No.
- Pero, Selu...
- No.
- ¿Por qué? ¡Dame al menos alguna razón!
- Porque no. Simplemente porque ahí no encontrarás lo que buscas.
- ¡Lo que busco es poder ayudar a los demás! ¿No es eso justamente lo que Sira espera de nosotros? ¿Consolar al perdido, ayudar al débil?
- No encontrarás lo que buscas. No insistas. Tu lugar está aquí, con Zoe, conmigo y con nuestra congregación. Aquí es donde realmente puedes ayudar. Aquí es donde te necesitamos.
- Pero... en el frente hay gente muriendo a centenares, gente que necesita nuestra ayuda más que un granjero que tiene una vaca enferma.
- ¿Acaso desprecias al granjero frente al guerrero?
- Sabes que no es eso...

Selurian se pasó la mano por la cara, cansado. Sabía que aquel día iba a llegar, tarde o temprano. Lo había visto en su cara, desde que era un chiquilla. Desde el mismo día en que la encontró.

- No.

Samlara miró unos segundos a su mentor antes de darse la vuelta y salir de su despacho. La pesada puerta de madera se cerró tras ella con un violento golpe.

Solo en su despacho, el sacerdote dirigió su mirada a la pequeña estatuilla de Sira que presidía la chimenea. Sus ojos ciegos, benevolentes, miraban sonriendo hacia delante, la mano extendida ofreciendo apoyo a un hipotético desvalido.

Sí, sabía que aquel día iba a llegar, y sabía lo que aquello significaba.

En silencio, el anciano lloró.