lunes, 10 de agosto de 2009

Alana Leenda "Estoque" I

Rasgó un jirón de su capa. A la muy puta ya no le serviría para gran cosa. Revisó sus bolsillos y dejó que el fango se la siguiese tragando. Hubo un tiempo en que su cuerpo eviscerado había sido bello, lo único bello de su ser corrupto.

Giró sobre sus botas y se acercó al cura. Su cuello seccionado no dejaba lugar a dudas: al fin se había reunido con su Señor. Sintió una punzada de miedo mientras robaba al cadáver sus monedas; a fin de cuentas había sido un hombre santo y quizá su deidad (cualquiera que esta fuese) estaba ahora mismo observando la escena. Descartó la idea con un chasquido de su lengua y le vació los bolsillos sin más pensamientos fúnebres sobre el asunto.

Se irguió y dirigió la vista al otro humano. Sólo quedaba el soldado. Avanzó hacie él con paso rápido, palpó por encima de la ropa y se quedó con su oro.

- Joder, parezco una arpía.

El soldado había sido el más simpático de todos con ella y a él le dedicó unos segundos de oración. Sólo se sabía una, y además incompleta, pero en cualquier caso no había tiempo que perder, quién podía saber si la familia de la bestia estaba por allí cerca y le echaba de menos.

Dudó unos instantes sobre a dónde dirigirse, se había adentrado mucho en la ciénaga, pero tampoco sabía cuánto podría quedarle para llegar a la otra orilla. Torció el gesto y se encaminó de vuelta a Red Hook, había dos días de viaje y no era el momento de tener dudas. Además, siempre podía pararse en alguna de las granjas que había visto a la ida y descansar un poco.

Leenda alzó la vista al cielo y suspiró.

- Definitivamente, la vida de aventuras no está bien pagada.

Se vendó el brazo con el jirón de la zorra y echó a andar.

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