El islote que tenía a la vista no era más que un baldío mojón de piedra en mitad del Mar de las Estrellas Caídas. Su Diosa, en cualquier caso, le había escuchado y parecía que ese era el lugar en que tendría que enfrentarse a sus demonios.
Mornan bajó de Alice y pisó el lugar con andar decidido, dispuesto a escuchar lo que Ella tendría a bien comunicarle. Él sólo deseaba servirla y para ello estaba dispuesto a darlo todo. Avanzó por entre la abundante costra de mejillones que habitaba en las rocas y se dirigió al interior de la isla sin mirar en ningún momento atrás. Sabía que la mirada de sus compañeros estaban fijas en su espalda, pero eso no le hizo volverse.
Cuando ya estaba en el centro, el guerrero encontró una húmeda cavidad que se abría paso en la roca basáltica que era la isla y con un presentimiento se introdujo en ella. La luz que entraba por la abertura dejaba ver un espectáculo de lo más anodino. Las pozas de agua salada se formaban en torno a las rocas y varias decenas de crustáceos de pequeño tamaño nadaban en ellas. Nada parecía indicar que allí dentro Sira fuese a manifestarse. Mornan se sentó.
Pasaron las horas, su estómago rugía, el guerrero probó a comer algún molusco crudo pero el sabor salado del agua de mar le disuadió pronto. Se hizo de noche y Mornan empezó a dudar de que se fuese a presentar su deidad. Un minuto más tarde, se había dormido.
- No estás preparado, Mornan.
- ¿Por qué, señora?
- No eres puro, no muestras cariño y sí desinterés por los demás. Nunca has orado de palabra ni de hechos. No buscas consuelo en los templos ni en ti mismo. Debes cambiar, pero el paso más complicado ya lo has dado: encaminarte hacia el bien es el camino difícil. Prospera y te ayudaré.
La visión se diluyó y Mornan despertó. Los pasos que seguiría a partir de ahora sólo él podría decidirlos.
jueves, 2 de julio de 2009
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1 comentario:
Bueeena!
Y apropiada. Totalmente de acuerdo.
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